El proceso más importante que ocurre en el riñón es la formación de la orina.
Comienza cuando la arteria renal penetra en el riñón por la pelvis renal. Su sangre lleva las sustancias de desecho que recoge por el cuerpo. La arteria se ramifica y se dirige hacia la zona de la corteza renal. Allí da lugar a multitud de glomérulos, que son una especie de «grumos» formados por capilares.
Parte del plasma sanguíneo sale del glomérulo y penetra en la nefrona. El plasma va recorriendo todos los túbulos que forman la nefrona, a fin de que las sustancias útiles que han pasado a su interior sean devueltas a la sangre. Las sustancias de desecho, en cambio, quedan en el interior de la nefrona y dan lugar a la orina.
La orina de cada nefrona llega al túbulo colector y se dirige a la pelvis renal, de donde sale a través del uréter hacia la vejiga y hacia el exterior.
La mayor parte de la orina es agua. Además, contiene diversas sales minerales, sobre todo cloruro sódico, y urea, una sustancia que se produce durante el metabolismo de las proteínas y que constituye nuestro principal producto de excreción.
El riñón es capaz de controlar la concentración de la orina. De este modo, regula la concentración de los líquidos internos. Cuando el organismo está bien hidratado, la orina que se produce es bastante diluida, contiene mucha agua. En cambio, cuando el organismo dispone de poca agua, la orina está muy concentrada, pues la nefrona devuelve a la sangre buena parte del agua que entra en su interior, para no perderla. No obstante, la orina no se puede concentrar indefinidamente; por ejemplo, no puede ser más concentrada que el agua de mar. Es por ello por lo que no podemos beber esta agua, pues para poder expulsar la sal que contiene, perderíamos por la orina más agua de la que hubiéramos tomado.
La importancia de la orina
Las proteínas están formadas, fundamentalmente, por átomos de C, H y O, como toda la materia orgánica; pero, además, contienen numerosos átomos de N. En el metabolismo de las proteínas, el N da lugar a amoniaco (NH3), un producto sumamente tóxico.
Para los peces, el amoniaco no supone ningún problema, pues lo eliminan continuamente por sus branquias. Sale por ellas de igual modo que el dióxido de carbono y nunca llega a acumularse.
Los mamíferos, los anfibios adultos y los reptiles acuáticos, como las tortugas, no tienen branquias, por lo que no pueden expulsar el amoniaco. Tampoco pueden expulsarlo por la orina, pues, como es tan tóxico, habría que estar eliminándolo continuamente y se perdería demasiada agua. La solución es transformar el amoniaco, por medio de una serie de reacciones químicas, en urea. Esta no es tan tóxica como el amoníaco, de modo que se puede almacenar en forma de orina hasta que se elimina.
Los reptiles terrestres y las aves no transforman el amoniaco en urea, sino en ácido úrico. Aunque esta transformación requiere gastar mucha energía, tiene una ventaja, y es que el ácido úrico es muy poco tóxico, de modo que pueden producir una orina muy concentrada, casi sólida, y apenas gastan agua. Esto es muy útil en ambientes secos.
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